Que existe un auge desde hace algunos años en torno a las prácticas nutricionales basadas en la evolución humana, los abordajes alimentarios tipo paleo, las tendencias dietarias keto y carnívoras, el interés y la relación de estas como alternativas de recuperación o mejora de la salud es un hecho. Pero a la pregunta ¿qué comían nuestros antepasados hace miles de años antes de la revolución agrícola? La respuesta era complicada y muchas veces poco sustentada en evidencias y más articulada en torno a teorías e hipótesis de difícil argumentación en muchos casos. Pero con la publicación del artículo: The evolution of the human trophic level during the Pleistocene, Ran Barkali, Miki Ben-Dor y Raphael Sirtoli, los autores del artículo, las incógnitas, las hipótesis y las teorías que rodeaban este asunto pasan a formar parte del mejor argumentario sobre el que poder explicar coherente y convincentemente las razones por las que el Humano se forjó y adaptó como Hipercarnívoro.
Referencia: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/ajpa.24247
Empecé defendiendo la perspectiva evolutiva de la nutrición hace más de diez años y todavía tengo descargados los primeros artículos publicados que mostraban como las dietas ancestrales podrían ser una alternativa nutricional capaz de impactar de modo muy positivo en la mejora de la salud de la población en general. Tiempo después integré la presencia del movimiento y la actividad física como ejes exclusivos de nuestra evolución para terminar aceptando que la visión amplia y global de un modelo que podríamos llamar Estilo de Vida Evolutiva capaz de integrar todo el conocimiento es, sin lugar a duda, el denominador común en mis consultas, experimentos y tratamientos con aquellas personas que han trabajado conmigo.
Y de pronto, hace algunos meses, termina en mis manos un pdf que marca un antes y un después en mi manera de divulgar, debatir y aportar mejoras y ajustes precisamente en este estilo de vida.
30 páginas. 400 estudios referenciados. Y todo este arsenal antropo-biológico demostrando extensivamente como evolucionamos hasta convertirnos en Depredadores Apex, superdepredadores gracias, sobre todo, al alimento que paradójicamente es, hoy en día, más criticado, señalado y mostrado como causante de todos los males.
No puedes mirar a otro lado y no aceptar el hecho de que nuestros millones de años de evolución, la caza y el consumo de carne a partir de grandes presas fue, sin lugar a dudas, la moneda de cambio.
Introducción
El debate sobre la dieta de nuestros antepasados humanos ha sido un tema de interés y controversia durante décadas. La discusión se centra en si nuestros ancestros eran omnívoros que cazaban y recolectaban alimentos de varios niveles tróficos, incluyendo presas pequeñas, tubérculos, frutas y algunas verduras, o si eran depredadores superiores especializados que se centraban casi exclusivamente en cazar y consumir animales grandes. Un nuevo estudio arroja luz sobre esta discusión al enfocarse en el concepto del nivel trófico y la posición que ocuparon nuestros antepasados en la cadena alimentaria.
El nivel trófico se refiere a la posición que ocupa un organismo en una cadena alimentaria. Cada nivel trófico representa un conjunto de organismos que comparten una forma similar de obtener energía. El primer nivel trófico está compuesto por los productores, que son los organismos capaces de producir su propia energía a través de la fotosíntesis. Los consumidores primarios se encuentran en el segundo nivel trófico y se alimentan directamente de los productores. Los consumidores secundarios se encuentran en el tercer nivel trófico y se alimentan de los consumidores primarios, y así sucesivamente hasta llegar a los descomponedores, que se encuentran en el último nivel trófico y se encargan de descomponer la materia orgánica y devolver nutrientes al suelo.
La hipótesis del nivel trófico
El nivel trófico es un concepto que describe la posición de una especie en la cadena alimentaria. Cuanto más alto es el nivel trófico de un organismo, más especializado y centrado en la depredación se termina volviendo. Ben-Dor y su equipo argumentan que, en lugar de ser omnívoros generalistas que recolectaban alimentos de diversas fuentes, nuestros antepasados eran depredadores superiores que se centraban en cazar y consumir animales grandes.
La lógica detrás de esta teoría radica en la eficiencia energética y la disponibilidad de nutrientes. En un entorno salvaje en el que coexistían megafauna rica en nutrientes , ¿por qué nuestros antepasados elegirían gastar energía recolectando y comiendo alimentos mucho menos nutritivos? Ante esto, no hay respuesta lógica, y esa es la condición y explicación que Ben-Dor y sus colegas ofrecen.
Evidencia en apoyo de la teoría de los depredadores superiores
Las líneas de evidencia sobre las que el equipo de trabajo sustenta la investigación y esta aseveración indican:
La capacidad de nuestros antepasados para digerir y metabolizar nutrientes de origen animal sugiere que dependían del consumo e incorporación de la carne – en gran medida – en su dieta. Además, el registro fósil muestra que los humanos antiguos cazaban animales grandes y de alto valor nutritivo, lo que apunta a una dieta centrada en la carne.
En segundo lugar, anatómicamente, el cerebro humano evolucionó rápidamente en tamaño, densidad, extensión y complejidad durante el período en el que nuestros antepasados adoptaron una dieta carnívora. Se cree que esta expansión cerebral fue impulsada en parte por el consumo de grasas y nutrientes de origen animal, lo que sugiere una fuerte conexión entre la dieta y la evolución humana.
Detallando todo
Pero, ¿sabemos que era lo que comían nuestros antepasados lejanos? El artículo enumera 16 características fundamentales para comprenderla magnitud de nuestra hipercarnivoría.
1. Bioenergética
Los seres humanos, en comparación con otros animales, tienen mayores requerimientos energéticos en relación con su masa libre de grasa y se han enfrentado a una intensa presión selectiva para adquirir energía de manera eficiente y constante, especialmente para alimentar su cerebro. Los humanos también necesitan una cantidad de tiempo elevada en cuanto a la adquisición y consecución de alimentos frente a otros animales lo que fue debido principalmente la la creación y mejora de herramientas, el cuidado y la educación mucho más extensa de su descendencia.
Las disposición energética de origen animal es adquirida de modo más eficiente por lo que los carnívoros pasan menos tiempo alimentándose que otras especies de tamaño similar como por ejemplo los herbívoros. La adquisición y el consumo de animales de tamaño mediano son mucho más eficientes en tiempo que la recolección de plantas. En la naturaleza, el contenido energético de origen vegetal es 10 veces más costoso que los productos de origen animal, siendo esto una motivación de peso en las preferencias selectivas alimentarias.
Los animales grandes son el alimento de mayor preferencia en el reino animal carnívoro. La teoría clásica de la búsqueda óptima sugiere que un animal se especializaría en ciertos objetivos si las posibilidades de encontrase con estas presas fueran los suficientemente altas. Aplicado a los humanos, esto significa que deberían haberse especializado en presas grandes si los encuentros con estas presas de las que hablamos se daba con una continuidad elevada. Además, las estacionalidad sería la “nota de corte” en la posible disponibilidad de muchas especies de plantas, sumado a la dificultad en las habilidades para conocer cuales podrían ser más o menos fiables como alimento durante una parte significativa del año.
En contraste, la realidad es esta. Los animales siempre están disponibles, aunque con un contenido variable de grasa, y esto nos lleva a considerar las preferencias de una alimentación basada en carne tal y como dicen los autores, como una fuente calórica más eficiente en tiempo y más confiable en términos de salud digestiva.
2. Calidad de la Dieta
El tamaño del cerebro humano está fuertemente asociado con la densidad energética de la dieta en primates y humanos. El cerebro humano está por encima superando las tres veces más grande que el de otros primates, por lo que la densidad energética de la dieta humana debe ser muy alta. La grasa es el macronutriente más denso en energía, seguido de las proteínas y los carbohidratos. Además, las proteínas y carbohidratos de origen vegetal suelen contener antinutrientes que limitan la utilización energética y la absorción de nutrientes en los humanos. Por lo tanto, la mezcla de proteínas y grasas en animales probablemente proporcionó una mayor densidad energética y calidad dietética.
El tamaño del cerebro disminuyó durante el Pleistoceno terminal y el Holoceno posterior, lo que indica un posible declive en la calidad de la dieta que sabemos que está muy relacionada con el aumento en el consumo de vegetales en sus diferentes “presentaciones” y tipos al final del Pleistoceno.
El estudio o publicación que sugiere que el tamaño del cerebro disminuyó durante el Pleistoceno terminal y el Holoceno posterior como resultado de una posible disminución en la calidad de la dieta relacionada con el aumento en el consumo de vegetales, se basa en varias investigaciones científicas en el campo de la paleoantropología y la arqueología. Una investigación relevante es el estudio de S. J. Cunnane y M. A. Crawford titulado “Survival of the fattest: fat babies were the key to evolution of the large human brain” (Supervivencia del más gordo: los bebés gordos fueron clave en la evolución del cerebro humano grande), publicado en la revista World Review of Nutrition and Dietetics en 2003. En este estudio, los autores sugieren que la evolución del cerebro humano grande se relaciona con el consumo de ácidos grasos esenciales presentes en la leche materna de animales de caza y pesca, en lugar de en las plantas.
Además, otros estudios en paleoantropología han examinado el tamaño del cerebro de los homínidos a lo largo del tiempo y han encontrado una correlación entre la disminución del tamaño del cerebro y el cambio en la dieta hacia un mayor consumo de plantas en los humanos antiguos. Algunos de estos estudios incluyen los trabajos de L. L. Holloway y K. S. Jacobi en 1984 y 1987, y el de R. A. Foley y M. M. Lahr en 2015.
3. Mayores Reservas de Grasa
Los humanos tienen reservas de grasa mucho mayores que las que somos capaces de encontrar en los chimpancés, nuestros parientes más cercanos. El aporte de grasa adicional tiene una serie de costos energéticos extra y reduce la velocidad de los humanos al perseguir presas o escapar de depredadores. La mayoría de los carnívoros y herbívoros no tienen un alto porcentaje de grasa corporal, ya que, a diferencia de los humanos, dependen de la velocidad para la depredación o evasión.
Los humanos parecen estar muy bien adaptados al ayuno prolongado cuando la grasa proporciona su mayor parte de calorías. La rápida entrada en cetosis permite que los cuerpos cetónicos reemplacen la glucosa como fuente de energía en la mayoría de los órganos, incluido el cerebro. Durante el ayuno, la cetosis permite ahorrar músculos al disminuir sustancialmente la necesidad de gluconeogénesis (la síntesis de glucosa a partir de proteínas). Los perros tienen una fisiología digestiva y patrones dietéticos similares a los humanos, pero no entran rápidamente en cetosis.
La rápida entrada en cetosis también se ha encontrado en el mono capuchino pardo, lo que sugiere que esta adaptación al ayuno puede haber existido ya en los primeros Homo. Los investigadores que argumentan en contra de una gran dependencia de la adquisición de animales grandes durante el Pleistoceno mencionan su escasez relativa. Sin embargo, la capacidad de almacenar grandes reservas de grasa y soportar más fácilmente el ayuno puede representar una adaptación que permite a los humanos soportar períodos prolongados entre la adquisición de animales grandes menos frecuentes.
En comparación a otros animales cercanos a nuestro árbol evolutivo como son los primates, el humano posee reservas de grasa mucho más altas. Podemos activar mecanismos bioquímicos como la cetosis, un estado metabólico mediante el cual nuestro organismo hace uso de grasa en lugar de glucosa como sustrato energético principal y con una velocidad superior a otros carnívoros facultativos como los lobos, pudiendo considerar como elemento adicional una capacidad para soportar ayunos prolongados.
4. Adpataciones Genéticas a una dieta rica en grasas
En algunos estudios se observó como el tejido adiposo en humanos, chimpancés y macacos rhesus se mostraba diferente, concluyendo que sus hallazgos reflejaban diferencias en las dietas adaptadas de humanos vs chimpancés. Los humanos parecen haberse adaptado a una dieta alta en grasas, mientras que los chimpancés se han adaptado a una dieta alta en azúcares.
La capacidad de ajustar la quema de grasa es una característica destacada del metabolismo humano, con la enzima lipasa desempeñando un papel dominante en el almacenamiento y metabolismo de grasas. Comparando cambios genéticos entre humanos y otros primates, además, se encontró una evolución sustancial en la producción de lipasa en humanos. También se pudo observar diferencias en la regulación y actividad de la lipasa pancreática en humanos modernos en comparación con neandertales y denisovanos.
El consumo predominante de alimentos animales, especialmente alimentos animales grasos, promueve la cetosis nutricional en humanos, proporcionando micronutrientes esenciales con papeles cruciales en la encefalización. Los cuerpos cetónicos suministran entre el 30% y el 70% de los sustratos energéticos para el cerebro de los bebés.
“En los humanos, el consumo predominante de alimentos de origen animal, especialmente alimentos grasos de origen animal, promueve la cetosis nutricional. Este patrón proporciona cantidades generosas de micronutrientes esenciales biodisponibles con roles cruciales en la encefalización, como el zinc, el hierro hemo, la vitamina B12 y los ácidos grasos omega-3 y 6 de cadena larga (DHA y ácido araquidónico, respectivamente) (Cunnane & Crawford, 2003). Los cerebros de los bebés satisfacen todas sus necesidades de colesterol in situ, con un 30% a 70% de los carbonos requeridos suministrados por los cuerpos cetónicos (Cunnane et al., 1999).
5. Metabolismo de las Grasas Omega3
Se cree que el aumento del tamaño del cerebro humano en sus primeras etapas fue posible gracias a la adquisición de alimentos ricos en ácido docosahexaenoico (DHA) demarcados geográficamente en áreas marinas. Sin embargo, otros argumentan que los órganos de animales terrestres contenían suficiente DHA para el crecimiento cerebral. Además, algunos humanos modernos no consumen alimentos de origen acuático y aún así tienen cerebros más grandes que los primeros humanos.
Se ha identificado una adaptación genética en humanos africanos hace 85 mil años en un compuesto llamado desaturasa de ácidos grasos (FADS), mostrando un aumento marginal en la eficiencia de conversión de ácidos grasos omega-3 derivados de plantas en DHA. Este cambio puede indicar un aumento en los componentes dietéticos de las plantas en ese momento en África. En Europa, sin embargo, un cambio similar ocurrió solo con la llegada del Neolítico, sugiriendo que una dieta basada en plantas era poco común antes.
Además, algunos estudios muestran que los humanos adultos modernos solo pueden convertir menos del 5% del ácido alfa-linolénico (ALA) derivado de plantas inactivas en la versión activa de DHA. Esta “herramienta selectiva” en Europa tomó la dirección opuesta en grupos de cazadores-recolectores en el período previo al Neolítico, lo que posiblemente indica una mayor dependencia de los alimentos acuáticos.
6. Adaptación tardía a tubérculos y alimentos vegetales
Es posible observar a grupos poblacionales muy determinados una serie de adaptaciones genéticas específicas que pueden facilitar la desintoxicación de toxinas y antinutrientes de ciertos vegetales y plantas, más allá de que no se trata de adaptaciones generales sino muy localizadas se sugiere por tanto que ha habido un adaptación paulatina determinada por el acceso y volumen del consumo.
7. Acidez Estomacal
El papel de la acidez estomacal en la protección contra patógenos es fundamental. Se ha encontrado que los estómagos de los carnívoros (pH promedio 2,2) son más ácidos que los de los omnívoros (pH promedio 2,9), pero menos ácidos que los de los carroñeros obligados (pH promedio 1,3). Los estudios en humanos han encontrado consistentemente valores de pH en ayunas inferiores a 2. Se ha descubierto que los estómagos humanos tienen un nivel de acidez alto (pH 1,5), ubicándose entre los carroñeros obligados y facultativos.
Producir acidez y mantener las paredes del estómago para contenerla es costoso en términos energéticos. Esto solo evolucionaría si los niveles de patógenos en la dieta humana fueran suficientemente altos. Los autores sugieren que los humanos eran más carroñeros de lo que se pensaba anteriormente. No obstante, debemos tener en cuenta que la actividad carnívora humana implicaba transportar carne a un lugar central y consumirla a lo largo de varios días o incluso semanas.
Grandes animales, como elefantes y bisontes, y animales más pequeños como cebras, proporcionan suficientes calorías para mantener a un grupo de 25 personas durante días o semanas. Además, el secado, la fermentación y la putrefacción deliberada de carne y grasa son prácticas comunes entre las poblaciones que dependen en gran medida de la caza, lo que podría aumentar la carga de patógenos hasta un nivel similar al encontrado en los carroñeros.
8. Resistencia a la Insulina
La “Conexión Carnívora” es una hipótesis que sostiene que los humanos, al igual que los carnívoros, tienen una predisposición genética a dietas bajas en carbohidratos y ricas en carne, con una baja sensibilidad a la insulina de forma fisiológica (no patológica). Esta característica permite priorizar el uso de glucosa en tejidos como el sistema nervioso central, eritrocitos y testículos, que dependen en gran medida de ella, en lugar de los músculos, que pueden recurrir a los ácidos grasos y la cetosis.
Se cree que la resistencia fisiológica a la insulina en humanos que siguen una dieta baja en carbohidratos ayuda a conservar la glucosa en sangre para el cerebro, que consume mucha energía. Aunque es difícil identificar un número limitado de genes responsables de la resistencia a la insulina, se ha encontrado una mayor resistencia en ciertas poblaciones con un consumo principalmente de alimentos de origen animal.
Además, existe una diferencia significativa en la prevalencia de esta resistencia entre grupos expuestos a largo plazo a la agricultura y aquellos que no, como los aborígenes australianos, que presentan una mayor resistencia. Si la mayor resistencia fisiológica a la insulina es realmente ancestral, su persistencia en el pasado sugiere que el consumo elevado de carbohidratos (almidón, azúcar) no era común. Por lo tanto, es importante darle valor al control de la resistencia a la insulina en la actualidad.
9. Morfología del Tracto Digestivo
La morfología del tracto digestivo en los seres humanos ha cambiado a lo largo del tiempo, lo que indica una evolución en la dieta de nuestros ancestros. Los primates, como los gorilas y los chimpancés, obtienen gran parte de su energía de la fermentación de fibra en el colon, gracias a su consumo de alimentos vegetales ricos en fibra.
En contraste, el colon humano es un 77% más pequeño y el intestino delgado es un 64% más largo que el de los chimpancés en relación con el tamaño del cuerpo. Esto sugiere que los humanos pueden obtener menos del 10% de sus necesidades calóricas totales mediante la fermentación de fibra. La reducción del tamaño del colon humano indica una disminución en la capacidad para extraer el máximo potencial energético de muchos alimentos de origen vegetal.
Por otro lado, el intestino delgado alargado en los humanos permite la absorción de azúcares, proteínas y grasas. Los azúcares se absorben más rápidamente que las proteínas y grasas, lo que sugiere que un mayor consumo de proteínas y grasas podría haber ejercido una mayor presión selectiva para aumentar la longitud del intestino delgado. Esta característica también se observa en carnívoros.
Estos cambios morfológicos en el sistema digestivo humano resaltan la importancia de considerar el control de la resistencia a la insulina en la alimentación y la nutrición. Una dieta equilibrada, que tenga en cuenta el consumo de proteínas, grasas y carbohidratos, puede ayudar a prevenir la resistencia a la insulina y sus consecuencias en la salud, como la diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Controlar la resistencia a la insulina es crucial para mantener una vida saludable y prevenir enfermedades relacionadas con la alimentación.
10. Masticación
Cuando comparas el tamaño del conjunto de dientes del homo erectus frente a los primeros homínidos se observa una reducción en su tamaño.
Parece existir una adaptación en el tamaño y la forma de las mandíbula de humanos quizá mas compatible con el consumo de carne.
11. Caracterísicas Postcraneales
Varias características morfológicas postcraneales en humanos se interpretan como adaptaciones al carnivorismo. El tamaño corporal está relacionado con las estrategias tróficas, y se atribuye el aumento en el tamaño de los homínidos a la adopción de una dieta carnívora. Se ha descubierto que el Homo erectus evolucionó con un tamaño corporal mayor que sus antecesores. Un tamaño mayor reduce la competitividad en la locomoción arbórea y la recolección de frutas.
En África, el tamaño corporal humano alcanzó su punto máximo en el Pleistoceno Medio, siendo el Homo sapiens posiblemente más pequeño que sus predecesores. El tamaño de los carnívoros está relacionado con el tamaño de sus presas, lo cual concuerda con la disminución en el tamaño de las presas en el Paleolítico Superior y Mesolítico.
Se han identificado adaptaciones al correr largas distancias en el Homo erectus, lo que permitiría la “caza por persistencia”. Estudios genéticos sugieren que los humanos ya habían adquirido mayor resistencia hace 2 millones de años. Sin embargo, se debate si esta resistencia se utilizaba para cazar, carroñar u otras actividades.
La caza de persistencia es una técnica de caza que ha sido utilizada por algunos pueblos cazadores-recolectores a lo largo de la historia. Esta técnica implica perseguir a un animal durante un largo período de tiempo, a menudo horas o incluso días, hasta que el animal se agota y se rinde, lo que permite a los cazadores capturarlo con relativa facilidad. La caza de persistencia se basa en la idea de que los humanos tienen una capacidad física única para correr durante largas distancias sin fatigarse demasiado, lo que les permite perseguir a los animales hasta el agotamiento. Esta técnica fue utilizada por ejemplo por los !Kung San en el Kalahari o los Tarahumaras en México. Sin embargo, hoy en día se considera una práctica poco ética y en algunos lugares está prohibida por la ley.
Diferentes condiciones ecológicas requerían distintas estrategias de caza, ya sea corriendo largas distancias o emboscada, más apropiada para paisajes boscosos. Algunas adaptaciones al correr podrían sugerir una adaptación a la movilidad en condiciones de calor, como se esperaría de carnívoros con amplios territorios.
Otra característica asociada con la caza en las primeras etapas de la evolución humana es la adaptación del hombro al lanzamiento de lanzas, ya presente en el Homo erectus. Se argumenta que esta adaptación ocurrió a expensas de una habilidad reducida para utilizar nichos arbóreos, lo que respalda la evidencia morfológica de evolución hacia el carnivorismo.
12. Morfología Adipocitaria
La morfología de los adipocitos varía entre especies según su dieta y filogenia. En rumiantes y carnívoros, que absorben poca glucosa intestinal, se observa una mayor cantidad de adipocitos por unidad de peso adiposo en comparación con no rumiantes y primates, que dependen más de carbohidratos (Pond & Mattacks, 1985). La hipótesis planteada sugiere que esto está relacionado con el papel de la insulina en la regulación de la glucosa sanguínea.
Las especies omnívoras del orden Carnivora, como osos, tejones, zorros y campañoles, exhiben patrones morfológicos de adipocitos similares a los carnívoros, a pesar de su dieta mixta. Se esperaría que los humanos, dada su ascendencia filogenética omnívora, muestren una organización similar. No obstante, los humanos presentan una morfología de adipocitos carnívoros, caracterizada por células más pequeñas y numerosas.
Pond y Mattacks (1985, p. 191) concluyen que el metabolismo energético humano está adaptado a una dieta donde lípidos y proteínas desempeñan un papel importante en el suministro energético, en lugar de los carbohidratos. Esto sugiere una mayor afinidad metabólica y morfológica de adipocitos en humanos hacia su ascendencia filogenética carnívora, en contraposición a la omnívora. Esta observación plantea interrogantes sobre las adaptaciones metabólicas y la morfología de adipocitos en relación con la dieta y la filogenia en diferentes especies, y su posible impacto en la homeostasis energética y el metabolismo de nutrientes.
13. Edad del Destete
Los seres humanos presentan una historia de vida notablemente distinta en comparación con otros primates, lo que indica un alto grado de especialización (Robson & Wood, 2008). Un aspecto fundamental en el que difieren los humanos de otros primates es la edad de destete. En primates como orangutanes, gorilas y chimpancés, la edad de destete varía entre 4.5 y 7.7 años, mientras que en sociedades de cazadores-recolectores humanos, se encuentra entre 2.5 y 2.8 años, a pesar de un largo período de dependencia infantil (Kennedy, 2005; Robson & Wood, 2008, Tabla 2). Psouni, Janke y Garwicz (2012, p.1) hallaron una fuerte asociación entre la edad temprana de destete y el nivel de carnivoría, sugiriendo que la adopción de la carnivoría influyó de manera determinante en la evolución humana.
No obstante, es importante destacar que la comparación entre los primeros Homo, Australopithecus africanus y Paranthropus robustus de Sudáfrica muestra una edad de destete significativamente mayor (4 años) en los primeros Homo sudafricanos (Tacail et al., 2019), lo que plantea interrogantes acerca de cuándo se redujo la edad de destete.
Desde una perspectiva fisiológica, el destete temprano en humanos podría estar relacionado con la adopción de una dieta rica en carne y la consecuente evolución de sistemas digestivos y metabólicos adaptados para procesar una mayor proporción de recursos alimenticios de origen animal. La carne es una fuente rica en nutrientes y energía, lo que podría haber permitido a los humanos destetar a sus crías más temprano en comparación con otros primates que dependen en mayor medida de fuentes de alimento vegetales.
Esta transición a la carnivoría también podría haber influido en el desarrollo de características fisiológicas y anatómicas específicas, como la reducción del tracto gastrointestinal, la adaptación del metabolismo para procesar grasas y proteínas de origen animal y el incremento en la capacidad de procesar y almacenar nutrientes provenientes de la carne.
La edad de destete en humanos es significativamente menor que en otros primates, y esta diferencia podría estar relacionada con la adopción de la carnivoría como una estrategia evolutiva clave. Aunque la edad exacta en la que se redujo el destete en la historia humana sigue siendo incierta, es evidente que esta adaptación ha tenido un impacto sustancial en la evolución de las características fisiológicas y metabólicas humanas.
14. Longevidad
La longevidad humana es una característica distintiva en comparación con otros grandes simios, con una edad modal de muerte en la sexta y séptima década en humanos del siglo XX frente a los 15 años en chimpancés (Gurven & Kaplan, 2007). Aunque hay consenso en que la extensión de la longevidad comenzó con los primeros Homo, se debate la velocidad de dicho cambio. Caspari y Lee (2004) proponen una extensión acelerada en H. sapiens, mientras que Hawkes y Coxworth (2013) sugieren una extensión más temprana.
Existen dos hipótesis principales que intentan explicar el aumento de la longevidad humana, centradas en diferentes percepciones de la Historia de Vida Humana (HTL) durante la evolución. La “hipótesis de la abuela” (Hawkes y Coxworth, 2013) sostiene que la longevidad en mujeres posmenopáusicas les permitió recolectar alimentos vegetales suficientes para bebés con desarrollo más lento, requiriendo cuidados prolongados en comparación con otros primates. Basándose en patrones dietéticos hadza, argumentan que el cuidado infantil de las abuelas liberaba tiempo para que sus hijas recolectaran alimentos. Cabe mencionar que las hembras podrían haber contribuido tanto en la caza como en la recolección.
Por otro lado, Kaplan et al. (2000, 2007) postulan que la longevidad humana se debió a una dieta dominada por fuentes animales, como en otros grupos HG del siglo XX, ejemplo claro, el de los Ache de Paraguay, sugiriendo que la experiencia en caza alcanza su máximo alrededor de los 40 años, es vital para la supervivencia del grupo al permitir la adquisición de calorías excedentes necesarias para alimentar a los miembros más jóvenes y menos productivos. La importancia de la experiencia en caza habría provocado la extensión de la longevidad en los humanos. Es importante considerar las diferencias entre los hadza y los patrones dietéticos evolutivos al compararlos con la cultura material basada en el hierro.
La longevidad humana prolongada implica que la necesidad de adquirir energía alimentaria eficientemente para mantenerse a sí mismo y un período prolongado de dependencia entre hermanos lo que supuso una ventaja de fuerza a la hora de impulsar la misma evolución humana. Las dos hipótesis no son mutuamente excluyentes, y podrían complementarse en la comprensión de este fenómeno.
15. Vitaminas
Existen publicaciones que informan como la diversidad era un principio básico en la dieta humana ancestral, basándose en investigaciones que vinculan dietas diversas con mejor salud y mayores esperanzas de vida. Sin embargo, los autores compararon la densidad de vitaminas en alimentos de origen vegetal y animal y encontraron que, en la mayoría de los casos, los alimentos de origen animal eran más densos en nutrientes.
Los alimentos de origen vegetal son más densos en vitaminas E y C, pero el escorbuto no afectó a las sociedades polares a pesar de su baja ingesta de vegetales. Según la hipótesis del antagonismo glucosa-ascorbato (GAA), las necesidades de vitamina C podrían ser mayores en poblaciones occidentales debido al mayor consumo de carbohidratos y niveles de glucosa en sangre. Además, las dietas cetogénicas con alto contenido de fuentes animales pueden reducir los requerimientos de vitamina C al aumentar los niveles de glutatión mitocondrial, lo que permite reciclar el ácido dehidroascórbico en ácido ascórbico y elevar el ácido úrico como antioxidante.
La glucosa y la vitamina C son moléculas muy similares y pueden competir por los mismos receptores en las células. Ambas moléculas utilizan el transportador de glucosa tipo 1 (GLUT1) para entrar en las células, ya que no pueden pasar directamente a través de la membrana celular. Cuando hay altos niveles de glucosa en el cuerpo, el GLUT1 se satura y se reduce la cantidad de vitamina C que puede ser transportada a las células, lo que resulta en una disminución de la absorción de vitamina C. Esto puede ser especialmente preocupante para personas con deficiencia de vitamina C, como los fumadores, ya que el tabaco aumenta la necesidad del cuerpo de esta vitamina. Además, estudios han sugerido que altos niveles de glucosa en sangre pueden disminuir la eficacia de la vitamina C en el cuerpo. Por lo tanto, es importante controlar los niveles de glucosa en sangre y asegurarse de obtener suficiente vitamina C en la dieta para evitar deficiencias y mantener una buena salud.
Los alimentos de origen animal proporcionan micronutrientes esenciales en formas activas que las plantas no ofrecen, como las vitaminas A, K, B9, B12, B6, D, hierro hemo y omega-3. Además, los alimentos de origen animal son cualitativa y cuantitativamente superiores a los vegetales en términos de densidad de nutrientes.
Si bien las dietas paleolíticas eran más ricas en plantas que las dietas polares recientes, los alimentos de origen animal ofrecen micronutrientes esenciales en formas activas y más densidad de nutrientes que los alimentos vegetales.
16. Gen AMY1
El consumo de almidón a lo largo del Pleistoceno es evidente, aunque su relevancia relativa es complicada de determinar a partir del registro arqueológico. La amilasa salival es una enzima que descompone el almidón en glucosa para el metabolismo energético celular. Se ha identificado una evolución significativa en los genes productores de amilasa en las especies Homo, pero no pudieron establecer la dinámica temporal. Se descubrió un mayor número de copias (de 2 a 15) del gen productor de amilasa salival AMY1 en poblaciones modernas que consumen dietas ricas en almidón.
Las escasas muestras genéticas neandertales y denisovanas tienen solo dos copias de AMY1, similares a los chimpancés, que consumen poco almidón. Encontramos diferentes artículos que concluyen que el ancestro común de los neandertales y H. sapiens, de aproximadamente 500-600 mil años, también tenía solo dos copias. Algunos especulan que la aparición de genes AMY1 de múltiples copias en H. sapiens probablemente ocurrió poco después de la separación del ancestro común.
Varios estudios han hipotetizado que las personas con pocas copias de AMY1 que consumen una dieta alta en almidón podrían experimentar mayores tasas de obesidad y diabetes, pero no han encontrado evidencia de peso hoy por hoy que lo respalde.
Los autores del estudio, Usher y sus colegas, explicaron que al evitar el uso de métodos menos precisos para analizar la relación entre estos factores, no se encontró una asociación significativa entre la obesidad y el número de copias de estos genes de amilasa. En otras palabras, los métodos más precisos utilizados en el estudio no mostraron una relación clara entre la cantidad de genes de amilasa y la obesidad. El valor de p=0.7 significa que la probabilidad de que la relación encontrada sea casualidad es alta, lo que sugiere que no hay una asociación significativa entre estos factores.
En conclusión, se requiere más investigación para verificar el papel funcional de la amilasa salival en el metabolismo del almidón y el momento en que aparecieron múltiples copias de AMY1. Aunque la relación entre el almidón, la amilasa salival y la evolución de los genes AMY1 en las especies Homo es un área de investigación activa, los estudios actuales aún no han proporcionado respuestas definitivas sobre el papel de la amilasa salival en el metabolismo del almidón y las implicaciones para la salud humana.
¿Que dice la arqueología?
Consumo de Plantas
los investigadores utilizan diferentes técnicas para entender la dieta de nuestros antepasados. Estudian restos de plantas, desgaste en herramientas de piedra y residuos en dientes para aprender sobre el consumo de alimentos vegetales en la antigüedad. Aunque estas técnicas pueden no proporcionar información precisa sobre la cantidad de plantas consumidas, sugieren que nuestros antepasados comían una amplia variedad de plantas.
Los estudios etnográficos muestran que recolectar plantas puede aportar muchas calorías, pero las personas también cazaban animales para obtener energía. La división de trabajo entre hombres y mujeres puede haber afectado quién recolectaba plantas y quién cazaba, pero esta división podría haber sido diferente en el pasado.
La evidencia sugiere que las mujeres podrían haber participado en la caza de animales grandes y que las actividades de las mujeres podrían haber cambiado a lo largo del tiempo debido a la extinción de grandes animales y al aumento de la disponibilidad de alimentos vegetales.
El análisis de la placa dental antigua también proporciona información sobre la dieta, mostrando que las personas consumían plantas y almidones cocidos. Aunque no podemos determinar la cantidad exacta de plantas consumidas, está claro que los alimentos vegetales formaban parte importante de la dieta de nuestros antepasados.
Herramientas de piedra
El estudio de las herramientas de piedra es fundamental en la investigación prehistórica, aunque su capacidad para proporcionar información cuantitativa, como el Nivel Trófico Humano (HTL), es limitada. Se ha encontrado que muchas herramientas de piedra están relacionadas con el procesamiento de carne y grasa, pero también se ha descubierto que algunas se usaron para procesar plantas en el Paleolítico temprano. A lo largo del tiempo, se ha observado un aumento en el uso de herramientas de piedra para procesar plantas, especialmente hacia el final del Pleistoceno y en el Cercano Oriente durante el Epipaleolítico y Neolítico Pre-Cerámico.
Herramientas específicas para el procesamiento de plantas, como hojas de hoz, piedras para machacar y moler, aparecieron más tarde en el Pleistoceno en Asia meridional y Europa. Estas herramientas se volvieron más comunes con el tiempo, especialmente durante el período Natufiense, y su uso continuó aumentando en el Neolítico. La falta de hallazgos similares en períodos anteriores, como el Paleolítico Medio, sugiere un consumo de plantas más bajo que en el Paleolítico Superior (UP) y el UP posterior.
En África, las herramientas de molienda aparecieron en el Paleolítico Medio, mucho antes que en otros lugares, pero generalmente se asociaron con la molienda de pigmentos en lugar de plantas. Las herramientas de procesamiento de plantas en África no tuvieron un aumento tan marcado como en Europa y el Levante. En la Edad de Piedra Posterior (LSA) de África, las herramientas de caza y corte fueron las innovaciones más dominantes.
En China, el aumento en la evidencia del consumo de plantas siguió un marco de tiempo similar al UP europeo y levantino. En general, el análisis lítico muestra un aumento gradual pero significativo en el consumo de plantas durante el UP, especialmente hacia su final, en Europa y Asia. Esto sugiere una disminución del HTL en la UP tardía y un HTL más alto anteriormente.
Zooarqueología
El registro arqueológico nos ayuda a entender cómo evolucionaron las dietas humanas en términos de niveles tróficos (HTL). Se ha encontrado que los primeros humanos utilizaban huesos y herramientas de piedra, lo que indica un cambio en la obtención de alimentos de origen animal.
Inicialmente, se creía que los primeros humanos eran principalmente recolectores de residuos, pero investigaciones recientes sugieren que también podrían haber sido cazadores. Se han identificado signos de caza en varios sitios arqueológicos, como Olduvai Gorge y Koobi Fora, donde se encuentra evidencia de explotación de animales grandes y pequeños.
El acceso a la carne de animales grandes parece haber aumentado durante el período Achelense, lo que sugiere un incremento en el HTL. Aunque también se consumían pequeños animales y recursos acuáticos, los humanos preferían adquirir grandes herbívoros debido a su alta abundancia, retorno energético neto y mayor contenido de grasa.
El carnivorismo fue crucial para la supervivencia en inviernos fríos, y se cree que los humanos pasaron de ser carnívoros esporádicos a carnívoros de tiempo completo. La competencia entre humanos y carnívoros es evidente a lo largo del Pleistoceno, lo que indica una dieta carnívora.
Un HTL más alto también se evidencia en la caza de grandes carnívoros. Hay registros de caza de carnívoros en el Pleistoceno medio y en la era moderna, así como en la época prehistórica europea. La carne y la grasa de oso eran especialmente apreciadas. La caza de carnívoros podría indicar una estrategia para reducir la competencia por los recursos alimenticios, lo que apoya la idea de que los humanos forman parte del gran gremio de carnívoros.
En Busca del Lipivorismo
Durante el Pleistoceno, los humanos mostraron adaptación genética al alto consumo de grasas. En esa época, los humanos preferían cazar animales grandes y adultos, que tenían más reservas de grasa que los animales jóvenes, viejos o pequeños. Los humanos buscaban activamente animales más gordos, incluso si esto significaba invertir más energía en la caza.
Los humanos tienen límites en la cantidad de proteínas que pueden convertir en energía, y enfocarse en las grasas sugiere un alto nivel de carnivorismo. La búsqueda de grasas puede haber sido una alternativa a los carbohidratos y plantas con grasas, dada la capacidad limitada de los humanos para convertir proteínas en energía.
Al buscar grasas, los humanos posiblemente consumían la cantidad máxima de proteínas, junto con una falta de recursos vegetales energéticamente eficientes, lo que indica una dieta altamente carnívora. Además, se observaron varios comportamientos que sugieren una alta proporción de alimentos de origen animal en la dieta paleolítica, como la preferencia por animales grandes y adultos, llevar partes grasas y ricas en médula a un lugar central, y extraer grasa ósea con gran esfuerzo energético. Estos comportamientos también respaldan la idea de que había una disponibilidad limitada de fuentes de carbohidratos vegetales energéticamente rentables.
Resumen
Los humanos fueron principalmente carnívoros durante la mayor parte del Paleolítico, especialmente con la aparición de Homo erectus. Los autores identifican varias pruebas que respaldan esta afirmación, aunque algunas de ellas no se pueden atribuir con seguridad a H. erectus.
La hipótesis propuesta es que el consumo de alimentos de origen animal aumentó con los primeros Homo y alcanzó su punto máximo en H. erectus, que estaba adaptado para ser un carnívoro cazador de megafauna. Se cree que al menos el 70% de su dieta provenía de animales. La evidencia sugiere una disminución en la dieta carnívora hacia el final del Paleolítico, con un mayor consumo de plantas debido a cambios tecnológicos que permitieron su aprovechamiento.
Se sugiere que la evolución de los humanos a lo largo del espectro trófico, desde un nivel trófico inferior hasta la especialización carnívora y luego de regreso al nivel trófico omnívoro, era una vía evolutiva natural de los mamíferos. Esto presenta una hipótesis alternativa a la idea de que las adaptaciones humanas se debieron a la variabilidad general de los recursos.
La disminución en el tamaño de las presas en África Oriental y la aparición de herramientas de piedra dedicadas a las plantas apoyan la hipótesis de una disminución en la dieta carnívora. Se sugiere que el registro etnográfico es útil para comprender el final del Pleistoceno, cuando la fragmentación cultural y el aumento del consumo de alimentos vegetales se vuelven evidentes.
Para futuras investigaciones, se recomienda estudiar la relación entre la abundancia de presas y los cambios evolutivos y culturales durante el Paleolítico. También se sugiere explorar la plasticidad fenotípica y la influencia de la tecnología y la ecología en la plasticidad dietética para comprender cómo los humanos se adaptaron a diferentes condiciones ecológicas.
There are 2 comments
Grandísimo artículo. Muchas gracias y enhorabuena
A ti siempre